jueves, 23 de octubre de 2008

La veradera historia de antonio


Sábado a la noche, un buen plan: salir de obra de teatro. Pero cuando escogemos el verbo salir en lugar de ir a , observar, ver, presenciar, desgustar, etc. lo hacemos con plena intencionalidad semántica.
Y decimos salir porque la obra nos plantea un experimento. Se sabe donde empieza pero no donde termina. Es que tenemos que ir dispuestos a ser trasladados.
LLegamos al bar donde nos esperan, y un director vestido entre retro y nerd, se presenta, nos saluda y nos advierte dos cosas: Nos llevarán a una sala de teatro alejada, cerca de villa urquiza (nos aclara la dirección con todas las letras, y nos promete que estaremos a salvo y cómodos, con aire acondicionado), y segundo que quien tema a los gatos se abstenga de asistir.
Lo único que temo, y lo repito, es que me moje. Estoy vestida con botas peluditas y no sé por qué, pero me acuerdo de Villa Villa.
Una combi nos espera en la puerta. Vamos todos sentados escuchando los bybys. Pensamos que quixás tenga un sentido premonitorio. Pero las letras nada nos dicen, que se relacionen con la "verdadera historia de antonio".
La obra nos inquieta desde el principio: cuatro personajes unidos quizás por el más fortuito de los casos, y sus comportamientos que dan la idea del discurso carnavalezco donde el excremento es lo mismo que el alimento, donde la vida se mezcla con la muerte.
Juegan a vivir una vida "normal" en una casa de barrio, sin embargo el abismo lógico que separa nuestro entendimiento, del sentido de sus acciones, nos muestra que, lo "normal" en esa casa no existe.
Si bien se plantea la obra como tradicional- sin contar con que nos llevaron a unos km del centro, nos metieron en una casa, y se escucha un televisor, un lavarropas andando, hay agua en el piso y diez gatos- luego se desbarajusta de tal manera que al terminar no sabemos si aplaudir o seguir el juego.
No ofrecen gatitos, y hay más sorpresas.
Antes de irnos, un chico que está sentado delante mío, le pide a Antonio que nos abra la puerta.
Volvemos en la combi escuchando los bybys. Lo llamo a mi novio para ver si quiere comer conmigo.Está estudiando finanzas.

Todo da lo mismo


Estaba muerta, llevaba semanas sin dormir bien, pero esa tarde no podía desquitarme aún,había una buena excusa para seguir zombi. Así que decidí tirarme un rato, con la ropa puesta, mirando el techo y cerrando los ojos, como una estaca, pensando en que por lo contranatura de la posición no me dormiría.
Sin embargo los sueños se empezaron a mezclar con momentos del día, y cuestiones ajenas. Y en la vigilia mi mente repetía: -Si es BAYER es bueno- con eso trataba de levantarme para ir a ver la charla de Osvaldo Bayer! En las aguas del inconsciente, todo da lo mismo!
Collage by copacaravana

jueves, 16 de octubre de 2008

Fe de erratas


En el texto: mi casa se incendia!, en lugar de leerse exploción, se debe leer explosión.

safari fotográfico bajo la lluvia II

Safari Fotográfico bajo la lluvia


Jueves de mucha lluvia, a las 11 de la mañana salgo del ginmasio, y me pasa a buscar mi vieja. Me invita a safari fotográfico en plena mañana. Le digo que no estoy segura si bajo tanta agua salgan buenas fotos, y me muestra una paraguas rojo como toda respuesta. Y bueno, habrá que arriesgrase después de todo no tengo nada mejor que hacer, y gracias a esas cosas uno vive un poco más.
En medio de la diaganal norte, sacamos fotos a unos jacarandaes, lomadas, y al paraguas rojo. Estamos en medio de una autopista (no del todo transitada), y dejamos el auto en unas calles cercanas.
Mientras tanto los camioneros nos tocan bocina, más por festejar lo curioso de nuestra intervención en el paisaje, que por piropearnos, no creo que dos locas de safari fotográfico seamos el estilo de los hombres del volante.
Nos vamos contentas con las tomas, y a la vuelta nos paramos en unas casas antiguas, frente a una de ellas una jardinera de verduras. Emocionada le pido al paraguas rojo y a mi madre que poseen, pensando que no tiene dueño. Un señor gordo sentado al frente nos mira, con la cara de propietario, y con los ojos de abuelo. Se rie resignado. Después de todo, no debe ser una imagen recurrente en sus mañanas.

Mi casa se incendia!

Jueves a la noche, discutimos con mi hermano acerca de la computadora. Me manda a usar la de arriba, alego que no quiero estar desconectada del resto de la familia. Mientras nos enredamos en esas bizantinas argumentaciones de siempre, se va a la cocina y cuando vuelve me dice, se está incendiando una olla. Se sienta tranquilo en la silla de al lado, y me pide que cierre su messenger. Yo lo miro incrédula, pero pronto veo en el pasillo un resplandor, que no puede corresponder a otra cosa que no sea fuego!. Me levanto y efectivamente, una cacerola en plena ebullición, empiezo a gritar, mi hermano se acerca. Estamos sin saber qué hacer porque la llamarada es inmensa, llega hasta la campana de la cocina. Le digo que tire agua, y cuando lo hace... una explosión, la olla tenía aceite. Me retan a mí, lo retan a él, y nos retan juntos porque nos culpan del incendio por nuestras peleas. Salvo que tenga el poder de la inicción, el de quemar además de las cabeza, las ollas, no entiendo cómo me pueden atribuir responsabilidad.