viernes, 12 de junio de 2009

Las palabras prohibidas y el mundo patas para arriba y


Yo tenía doce años y una amiga me invitó a tomar el té. No me animé a decirle que sólo me gustaba la leche chocolatada, porque quizás se ofendía, y me preparé mentalmente para aceptar una humeante taza de líquido marrón, que en ese momento relacionaba con las gripes y las abuelas. Llegué puntual a la cita, y cuando entramos al living me di con la gran sorpresa de que en la mesa había gaseosas, papas fritas y galletas negras con relleno blanco. El té nunca apareció. Ahí aprendí que tomarlo era merendar, pero como la palabra mer.... suena a merenderos quizás ( de esos que hay al borde de una ruta para que los campanellis se sienten a comer un asado en familia, o a tomar mate)estaba totalmente prohibida. Ese té que nunca tomé fue el más revelador de mi vida. Como el que invita el conejo a Alicia en el país de las Maravillas, donde todo tiene una lógica invertida.
Hay autores que hablan de la anemia del lenguaje. Pero en realidad estamos ante un fenómeno mucho peor: La anorexia del vocabulario.
Hoy hablar con pocos términos, lejos de ser una fatalidad inevitable, es una decisión deliberda, o al menos es el resultado del dictamen de alguien que elige por el resto cómo se va hablar.
Es que existe una especie de censura frente a ciertos términos, que restringe y dictamina cuáles son aceptables y cúales no.
Wittgenstein hablaba de los juegos del lenguaje, entendidos como discursos que pertenecen a diferentes campos y que responden a reglas propias, convenicionales, sólo compartidas por quienes estan inmeros en él. Así los abogados se manejarían con su propio léxico, los periodistas con el suyo, y los adolescentes con otro, por ejemplo.
Pero sucede que hoy los juegos no se dividen simplemente en grupos profesionales o generacionales que compartan un origen común, tradiciones o conceptos herméticos. Hoy la diferencia es también de clases, y no es que el fantasma de Marx me esté susurrando al oído mientras escribo. Lo cierto es que en nuestra sociedad, se rinde culto a ciertos términos o frases como colorado,tomar el té, monísimo, y unos cuantos más (no muchos más porque justamente estamos hablando de anorexia del vocabulario), como si fueran emblemas de pertenencia a cierto sector socio-cultural.
Palabras tan útiles como "cenar", por ejemplo son vituperadas, y en su lugar debe usarse el genérico, multiuso, e impreciso "comer". Al punto que si uno quiere proponer una invitación a otro para una injesta conjunta el día siguiente, se ve expuesto a que el agasajado entienda que el convité es al mediodía o a la noche. Si éste osara a formular la pregunta aclaratoria con el término cena, seguramente dejaría de ser invitado.
Y entiendo que alguien que se reconazca en ese exclusivo grupos de reprimidos verbales, ya debe estar irritado, a esta altura, por leer palabras como "agasajado", "convité", "injesta", y muchas otras.
Es mala palabra decir "desgustar", "afirmarse", "yo deseo", "me apetece", "precioso", "bello", "hermoso" ,"delicioso", "delicado", "apacible", "gaseosas", "abonar", "rojo", "cabello", "fallecer" . En su lugar se debe utilizar "me gusta", "no me gusta", "está bueno", "no está bueno", "es lindo", "divino", "coca", "pagar", "colorado", "comer", "enojarse".
Son quizás las personas menos instruídas de la sociedad quienes hablan con un espectro más amplio de términos, y no quienes se suponen que tienen mayores oportunidades culturales y educativas.
Es verdad que como decía de nuevo mi amigo Wittgenstein, y Jean-Baptiste de Monet de Lamarck(desde la biología), el uso hace a la lengua, o al órgano. Pero, reducirnos a utilizar un paupérrimo conjunto de palabras para aparentar títulos nobiliarios, linaje, castas, prosapia ,¿no es el colmo de la tilinguería?.
Cuando la pobreza idiomática es intencional, es snobismo, y es buscada, ahí si que estamos en el principio donde comienza el fin, y no solamente el mundo del sueño de Alicia, que afortunadamente desaparece apenas ella de despierta.

jueves, 11 de junio de 2009

Entonces Sócrates es mortal


Decidimos llevar a los niños al museo. Estaban de visitas y había que mostrarles que hay vida después del off de algúna máquina electrónica. Hacía frio y se nos ocrurrió que ese era el lugar donde podrían encontrar ideas para pintar, dibujar, reyonear hasta el cansancio. Francisco experto en caricaturas, Hernán en paisajes, iban a saber entretenerse en la muestra colectiva que se presentaba esa semana.
Entraron los pequeños, con una despreocupación casi blasméfica. Es que nadie -por suerte- les había trasmitido lo del arte aurático. Cantaban, pretendían correr entre paredón y paredón y hacían su crítica a los gritos, alabando todo lo que tuviera una mínima adhesión al pop art especialmente.Un guardia de seguridad los seguía, intentando contener las carcajadas ante cada comentario de los dos expertos.
Hernán en uno de los recorridos descubrió un retrato que lo fascinó y llamó a su hermano a los gritos.
-Francisco! mirá ese viejo es igual a Menem, señalando un trabajo de Atilio Terragni, donde un barbudo de pelo blanco miraba con cara malvada.
Mi madre, preocupada por sacarlo del error, le preguntó si realmente en sus cortos 6 años conocía a carlos Saúl. y antes de obtener respuesta, le acotó, ¿no ves que el señor de la obra es igual a tu Tío abuelo René Juan?
Hernán la miró divertido y dijo:
- Francisco.... entonces somos nietos de Menem.

jueves, 4 de junio de 2009

Nao discuto... pego


Tiempos violentos