sábado, 24 de abril de 2010

Ceci n'est pas une pipe



Prometo a todos en mi casa cocinar Falafel. Pienso que mis días son menos ocupados de lo que realmente son porque no tengo un trabajo formal, pero me equivoco. Salgo de comercio exterior a las 10 y me quedo hablando con el profesor y una compañera de los beneficios de la estadística. Se hacen las 11 menos cuarto. A las 11 llego a casa y catástrofe porque el falafel lleva hora y media para cocinarse, me faltan ingredientes. Pedimos pizza.
El segundo día al mediodía tengo que cumplir lo prometido y me levanto a cocinar, mando a Sandrine a comprar lo que me falta. Me dispongo a ponerme el delantal, atarme el pelo, no tengo ganas de cambiarme el piyama (aunque solo sea un pantalón rojo, una remera de mi hermano gigante, y un buzo de la promoción 2004 de mi hermana amarrillo y verde, como no encontré pantuflas al salir de la cama llevo botas media caña con el cierre abierto)y empiezo a trabajar.
En medio de la tarea llega un visitador médico con su hijo a dejar mercadería para un asado. Entran a la cocina. Estoy petrificada, saludo sin levantarme y bajo la vista como si el hecho de que no entren en mi campo visual me convirtiera en invisible. Me piden disculpas por incomodar. (se dieron cuenta de mis esfuerzos mentales por desaparecer)
En medio de todo el lío de gente: mi mamá leyendo unos examenes, Sandrine haciendo arroz con pollo para los que no gustan de la comida étnica, y los visitantes; me doy cuenta de que me faltan los chiles. Rayos y centellas! el falafel no va a tener gusto.
Virginia saca Pimientos Bolivianos secos , tipo rocoto, me cambia de país, no confió en sus explicaciones. Acepto pensando en la cocina fusión pero no quedo convencida. Y me quedo recordando esa vez que me dio papel de cocina en vez de secante, para que germinara el poroto en el jardín de infantes, y no hubo caso. Me quedé sin plantar mi árbol.
Imagen Allen Ruppersberg

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