domingo, 25 de julio de 2010

curriculum oculto


Un hotel de poca monta en medio de la Chiquitania Boliviana. Entre los viajeros circulaba el rumor de que se trataba de un hotel alojamiento, pero que por esta ocasión funcionaba para turistas, y no por turnos.
El decorado era kitsch. Verde agua y celeste en las paredes, y molduras blancas. Había un patio en el medio donde desembocaban los balcones de las habitaciones. Por las noches solíamos quedarnos a conversar y veíamos deambular a todos los huéspedes.
Las ventanas se abrían y cerraban. Habían quienes espiaban, quiénes se sentían observados y se escondían semidesnudos detrás de las percianas.
El fluír era constante hasta que en determinada hora, la noche se hacía pesada y entonces sabíamos que nosotros también teníamos que ir a dormir.
En una de esas desveladas, llegaron los españoles. Era una familia con tres niños, dos nenes y una nena que parecían dos nenas y un nene.
La madre se fue a acostar al más pequeño y el padre se quedó conversando con nosotros con los otros dos niños. Hablaba de su viaje y de su niña mayor que había quedado a causa de un gato, a quien no había querido dejar por miedo a que muriera de pena. Habían hecho un trato, si el animal fallecía, se encontraba en algún punto de Bolivia.
Cuando nos contaron que llevaban tres meses dando vueltas por el país, se nos ocurrió la misma pregunta. –¿y la escuela de los chicos?
El niño como de 10 años, escondiendo los ojos debajo de un gorro tejido, levantó la mirada y la clavó en su padre, como interesado en la respuesta, mientras sostenía con la boca una pulsera de macramé que tejía con las manos.
-les enseñamos en casa. En realidad no es ilegal pero tampoco es legal, dijo el hombre extremadamente rubio, mientras fumaba tranquilo.
Estaban inscriptos en una escuela a larga distancia de Estados Unidos, con tutores y programas y exámenes pero al parecer no los rendían. La anarquía escolar pero al mismo tiempo la libertad total, el escapar del sistema desde el comienzo.
No había recreos, ni notas, cuadernos de comunicaciones, ni preceptores, ni faltas justificadas, ni horarios de clases. Se aprendía todo el día sin separar el estudio de lo que estaban viviendo.
Los padres siendo los profesores de sus hijos. Era una idea loca, pero al mismo tiempo la hegemonía del hombre sobre su futuro. De repente no había socialización impuesta por otros. Era cada uno, dando lo que había aprendido. No existiría más la desautorización de los mayores, el “mi señorita no dijo eso”. Padres superhéroes, autoridad indiscutible. Pequeños sumisos.

De repente la nena Cila interrumpió la charla, había dejado de saltar alrededor de su padre, y lo miraba fijo, increpándolo, sin respeto por investidura alguna , ni por el cigarrillo, ni por el humo, ni por la altura desmesurada del hombre que era su pariente.
-Papá, dijo enojada- estoy cansada de viajar en autobuses. Cuánta plata te ha dado la abuela?? Cómo 3000 euros para venir? ¿No podrías empezar a gastarlos ya?
El rubio respiró hondo.
Cuando al otro día, presentamos a los niños al resto del grupo, todos preguntaron también sobre su educación, y el pequeño contestó –estudiamos en casa, no es ilegal pero tampoco legal.
Aprendían todo. Hasta cómo desarticular a sus maestros.

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