viernes, 22 de enero de 2010

Dadaísmo


Estábamos en Montevideo en una librería jurídica. La empleada que nos atendía era bastante informada. Aproveché para hacerle miles de preguntas. Después de un rato empecé a averiguar incluso de lugares turísticos.
En un momento de la conversación le pedí la ubicación de la feria Tristán Tzara y estalló en una carcajada. Me di cuenta del error y le dije, me confundí con el escritor... cómo es el apellido de este Tristán? Estaba entre Bauer, Tzara de nuevo, el padre de la sirenita, podrían haber sido miles. Me dijo que era Narvaja pero se siguió riéndo muchísimo, como si se lo imaginara a Duchamps haciendo morisquetas, a los bigotes de Dalí llenos de crema, a una cabeza con bonete dentro de un migitorio, o todo el manifiesto dadadísta representado por las llamadas de Montevideo, entre plumas y tambores.

martes, 19 de enero de 2010

Colonia


¿Donde se va el pasado?, nuestros objetos, nuestras ideas .. a Colonia.

Colonia es un lugar hermoso, lleno de callecitas de adoquines que siempre parecen mojados y bares pequeños con shows en vivo, que ponen sus mesas en las peatonales . Por donde uno camina encuentra algùn auto antiguo estacionado, o una motoneta, como si un caballero del pasado, fuese a salir de una tienda y ponerlo en marcha.
Todo es retro hasta los anuncios de coca cola. Hay muchos negocios de antigüedades que tienen objetos preciosos, y muchos cerámicos pintados. También hay galerìas de arte, y una en especial que es ademàs restaurante y que es la casa de Jorge Paez Vilarò. Es precioso.
En el puerto estàn estacionados los yates, uno al lado del otro, con las sogas repletas de toallones, y las proas repletas de gente que se amontona a comer asados adentro de la embarcaciòn. Las luces de la costa, las que pone la municipalidad, se reflejan en el agua como rayas azules y amarillas. A lo lejos, el rìo parece cuadrillé.
Los faroles encendidos, con luces amarillas tenues, y alguna que otra pareja que aprovecha para besarse en las sombras como si quisieran desaparecer.
Se alquilan bicis, buggies, caddies, y unos autitos gracioso que parecen el eslabón perdido entre los autos de hoy, y el smart.
No es difícil caer enamorado en sus calles, después se puede culpar tranquilo a la seducción del lugar.

lunes, 18 de enero de 2010

cabo polonio


Cabo polonio
Un camino de dunas lo separa del resto de la humanidad civilizada. Los automóviles quedan en un estacionamiento. Unos camiones 4 x 4 llevan a los pasajeros al otro lado, donde se asienta la población. Son unos saurios de todos colores, sin acomplados pero con una rara estructura con asientos elevada hacia los extremos. La travesìa tiene sus obstáculos pero se disfruta de ese safari en la arena. Es común encontrar algunos osados que deciden caminar esos kms, extenuados como beduinos. A poco de andar, los vehìculos entran en la playa y comienzan a deslizarse. La sensación es sumamente placentera. El cuerpo siente la docilidad de la marcha como si estuviera patinando.
El lugar donde la utopía de robinson crusoe es posible, donde no hay comisarías, recolectores de basura, jueces de paz, ni hospitales. La anarquía parecerìa reinar pero existe una armonía producto de algún tipo de reglas consuetudinarias.
Desde lo lejos se dejan ver las casas de madera, colores, llenas de letreros que las inmortalizan distintas unas de otras. Se las puede contar sin fatiga. Los techos son de paja, muy peludos, o de chapa hecha de pedacitos, todo artesanal, como si cada uno de los habitantes tuviera que hacerla con sus propias manos.
Hay reposantes que deciden descansar allí donde no hay nada, en medio de la arena, e interfieren en las huellas apenas marcadas de los camiones. Son esquivados y uno tiene la extraña sensaciòn de que se tratara de personas que se entregan a las vías de un tren.
Es que en Polonio, se puede desear morir sin culpas, es un paraíso de vida pura, naturaleza agreste y artesanos.
En el centro hay algunas callecitas serpenteantes, con negocios que siguen las estructuras tradicionales de madera y paja, que exhiben pañuelos, vestidos, bamboleras y otras artesanìas que se pueden conseguir en el cabo.
Las cartas de los bares son exquisitas y fusionan cocina uruguaya popular con peruana. Se puede encontrar desde los tradicionales chivitos hasta ceviches.Los tragos se ofrecen en las tardes calurosas, vistosos. Mojitos, caipirinhas, caipiroscas, daikiris, son un buen incentivo para iniciar el recorrido por el pequeño pueblo y porqué no para subir las confusas escaleras del faro, desde donde se tiene una vista maravillosa.
El canabis puede que estè presente en el aire, pero se diluye en esporas dulzonas que no molestan.
Si se quiere conocer un poco más vale la pena cruzarse de una playa a la otra (se encuentran enfrentadas por el vértice como si fuera un moño), caminando para ver desde la del lado oeste la imponente puesta de sol, que quizàs también termine con aplausos como en José Ignacio o en La Paloma. Una isla de lobos marinos, también resulta atractiva para aquellos que no tienen buen olfato.
Pero el verdadero espectáculo comienza con la noche, como las luces no existen, se encienden las velas en las mesas, ventanas, tiendas, y nace una atmósfera de siglo XVIII, del mal llamado iluminismo. Todo es romàntico, dan ganas de encontrarse una pareja en el mismo instante.
En el cielo, se prenden las estrellas en inmensa cercanía al suelo. Todas las constelaciones, se revelan a los ojos expertos, y a los demás, como un enorme manto de puntos brillantes. El mito dice que Cabo Polonio es el lugar del mundo donde los astros se ven más cercanos.
La vuelta a la ruta implica enormes colas para subir a los vehículos otra vez. De allí vendrá el deslizacimiento esta vez primero y la travesía luego.
Si no se tiene auto, la fila en colectivo para volver a las distintas playas vecinas puede ser larga, pero se disfruta con la vista imponente del cielo, que sigue siendo el mismo a la vera de la ruta.
Boletos, número de asientos, horas de llegada, vuelta a la civilización, y el sueño del buen salvaje queda como una leyenda dentro de las calles de Polonio, como un fantasma.