domingo, 23 de agosto de 2009

El aburrimiento de leer un Boletín Oficial. Sus peligros


Hubo una ciudad donde el boletín oficial tenía tal importancia, que si alguien dejaba de leerlo, podía perder el control de su situación patrimonial, porque no se enteraba de la quiebra de algún deudor, la sucesión de otro, etc.
Los abogados se percataron de que podían advertir a sus clientes de las noticias publicadas y ser los intermediarios de esos edictos ríspidos y aburridos.
En un principio seguían atentos la lectura de cada aviso, pero los datos eran tan tediosos que los letrados caían en una monotonía visual, y perdían el hilo, y perdían el juicio.
Entonces decidieron contratar secretarias hermosísimas para leer los jeroglíficos oficiales. Pensaron que sus encéfalos inmaculados serían capaces de no dejar escapar detalle. Pero las señoritas encontraban la tarea tortuosa y mentían informes enteros, acerca de lo que encontraban en los boletines. Lo que hacían era más bien literatura de ficción.
En el sindicato de señoritas hermosísimas, del que salen la mayoría de las secretarias, corrìan rumores de que algunas sub contrataban chicos de las mensajerías entrenados en las señales de tránsito, quienes, al igual que ellas, solían aplicar una mirada rápida al papel y se desentendían.
Los errores aumentaban, y también crecían las pérdidas para toda la cadena de intérpretes del B.o.
Un día un visionario diseñó un programa llamado BOA, por sus siglas, que implicaba una base de datos de nombres de clientes y un lector digital del boletín. Cada vez que encontraba una coincidencia, emitía una alarma, guardaba la información en el sistema, le mandaba un correo al cliente, y le imprimía una notificación al abogado que era trasladada luego hasta su escritorio, por una cinta automática.
Pero con el programa vinieron los técnicos, los manuales de uso y las clases para enseñar a manejarlo, las computadoras que lo incluían y las que no, las licencias originales, las copias piratas, los inspectores, los delitos, los decomisos, los derechos de autor, los registros, las patentes, las franquicias, los sobreprecios, las leyes de la oferta y la demanda, las actualizaciones, las nuevas funciones, y las señoritas hermosísimas encargados de venderlos, que siempre cometían errores.
Vino tanto lio à la pandora, que los abogados decidieron, cerrar la caja, buscar los boletines en papel, y leerlos todas las mañanas mientras tomaban café. Así es como los abogados hoy son los reyes indiscutibles de los edictos ríspidos, tediosos que provocan monotonía visual y bostezos.

1 comentario:

Gonz@lo dijo...

Copacaravana, ¿no hay cierta petulancia y soberbia en escribir esos textos ríspidos, aburridos y monótonos? ¿La prosa barroca que utilizan no es síntoma de creerse superiores al común de los mortales?

Por otro lado, la historia es muy buena. Me gustan los posibles desenlaces de un Boletín Oficial tan necesario como aburrido.