sábado, 1 de agosto de 2009

Ihering en el Museo


El Museo de Historia Natural es un monstruo lleno de objetos de colección biológica. Sus paredes son muros interminables, cargados de esqueletos, osamentos y caparazones. Los peces, crustáceos y anfibios que lo habitan, viven en una eterna incubación de rebelión. Desnudos frente a una luz que los destiñe, en posiciones colostópicas, pierden la dignidad de seres naturales y alimentan el oscuro secreto de la revolución armada.
Los mamíferos y ovíparos, que en otras épocas pasaron las mismas penurias, ganaron ya esa lucha. Los cadáveres de sus coespecimenes fueron retirados y en su lugar se empotraron muñecos de fibra y pelaje sintético. A pedido de los interesados, se los dispuso en poses de caza, de lucha animal, de pastaje. Y se prohibieron las escenas de apariamiento, incluso las con fines reproductivos,las de onanismo, así como las actividades de defecacción o micción orinal.
La familia de los Sauros, a pesar de su indiscutida tradición en el museo, y su pre
permanencia temporal, perdieron todos los derechos con la extinsión. Las autoridades, ante los reclamos de otras especies descendientes de esta estirpe, se resguardaron en su falta de legitimidad por no ser deudos directos, y en la inexistencia de derecho de los muertos, como facultad per se .
El día que evolucione el derecho animal quizás se pueda hacer algo por los esqueletos embalsamados, por parte de los interesados que vayan más allá del cuarto grado de consanguineidad, como el boxer argentino heredero de sus dentaduras, o por los elefantes que legaron su porte, o por el león que es el sucesor directo del tiranosaurio Rex en la Jungla. Mientras tanto, los restos de esos gigantes aparecen en películas infantiles, cobrando vida, y hay quienes todavía dudan si las regalías van a parar a algún continuador de los cuasantes.

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