domingo, 23 de agosto de 2009

Viaje de los tres hermanos a NY. Cita a ciegas


Las citas a ciega nuca fueron buenas. Comer comida china a ciegas puede ser incluso peligroso.
Nos habíamos quedado con antojo desde el día que visitamos Chinatown y comimos en Burguer King por necesidad.
Compramos en los Chinos de al lado del hotel, un cóctel de noddles de pollo, chop suey ,alitas de pollo fritas, y menjunje que encontrábamos apetitoso.
Subimos a la habitación a comer. Armamos una mesita ratona, con la mesa de luz, y nos sentamos en la alfombra con la tele prendida . Afortunadamente en el restaurant nos dieron cubiertos, así que no hubo que renegar con palitos. Y por lo tanto el ritmo de aceleración en cada bocado era proporcional a lo rico que estaban los platos.
Los sabores eran alabados. Buenas mezclas, buenas texturas. Los platos eran perfectos, gastronómicamente impecables. Todos los comensales coincidíamos. A medida que masticábamos, la armonía se apoderaba de nuestras bocas.
Pero de repente, anticipándose, un sabor picante empezó a interrumpir, a contaminar mi paladar. Por mucho que yo intentara ignorarlo allí estaba, picando. Mi cara me debe haber delatado, porque mis hermanos que estaba concentrados en sus platos, comenzaron a mirarme. Y ante mis gestos comenzaron a reírse.
Me puse roja.
Y fueron dos segundos, y una semilla o una vaina se reventó en mi boca. Splashhh .
Desprendió un líquido negro (al entender de mi boca), que como petróleo amortiguaba mi lengua mientras corría.
Se terminó el romanticismo con la comida china, y tuve que correr al baño a escupir y fregarme la lengua con el cepillo de dientes. Dejé a los demás no entendiendo muy bien lo abrupto de mis movimientos.
Pensé que había quedado lastimada para siempre, que nunca más volvería a sentir nada por otra comida.
Me arrepentí de la cita a ciegas con China, del fácil convencimiento. Me sentí tonta de saberme enamorada a los 23 en una ciudad como Nueva York que promete tanto.
Hay que hacerle más caso a mi Tía Perla Madonna, que cuando viaja come su lata de sardinas. Quizás no se enamora seguido, pero seguro, nunca , pero nunca sale mal herida.
Foto Gaby Herbstein

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