sábado, 31 de octubre de 2009

El misterio del antiguo dueño del libro


Me encantan los libros usados porque aunque aparenten estar limpios, siempre, bueno, generalmente, entre las paginas 87 a 103 guardan marcas de otros lectores. Pareciera que pueden resistirse a no escribirlos durante las primeras 86 hojas, pensando en venderlos en Los Primos o en algún otro puesto de segunda mano, pero de repente los asalta la madurez misma de la historia y los obliga a subrayarlos. Y es esa marca de lápiz, o lapicera o esa palabra anotada al margen, la que vuelve a la hoja viva. Se entabla una conversación con el pasado de alguien. Sobreviene una tarea de detectives.
Quién fue?, porqué resaltó lo que resaltó?, le gustó? o aborreció justo esta línea?
Traje de una casa de estudiantes en Sudáfrica un libro en inglés que me fascinó, prometí leerlo y dejarlo antes de partir, pero era tan subyugante que no pude. y entre arrepentirme de no tenerlo y arrepentirme por llevármelo, preferí lo segundo y cometí el ilícito más justificado de todos los tiempos.
Estaba nuevo, inmaculado, o por lo menos hasta que descubrí letras, anotaciones rojas, subrayados desprolijos y torpes.
Mientras los leía por las noches, en esa soledad de un país de leones y ardillas en los jardines, soslayaba esas partes por el terror que me producía imaginarme un desquicio mental del antiguo lector. Fantaseaba con que ese extraño había tenido que abandonar la Ciudad del Cabo antes de tiempo en un barco de madrugada, dejando el libro inconcluso, o que había sido repatriado por algún delito grave.
Mientras avanzaba en la historia tenía más miedo, y miraba hacia la otra cama donde dormía mi compañera coreana de cuarto, y ver su cara distendida por el sueño, me hacía entender que las cosas podían ser más normales de lo que imaginaba.
Sin embargo oscilaba entre pensar lo peor y volver a tranquilizarme. Siempre el terror me repugnó y me produjo una especie de adicción.
Y así y todo decidí traerme el libro de Zafrán Foer, corriendo el riesgo de cualquier maldición.
El día que me volvía a la Argentina, estaba revisando los últimos cajones para no olvidar nada y encontré un sobre color madera. los amigos, que estaba acompañándome en el ritual de la despedida, pidieron que los abriera. Di un salto apenas vi lo que tenían: eras tres fotos carnet de chicos entre colorados y rubios. Me contaron que eran los holandeses que dormían antes de que yo llegara en ese cuarto y que eran dueños del libro. Por si acaso, me traje las fotos y las pegué en mi agenda como cabezas de muñecos de vudú. No vaya a ser que me ganen de mano y cobren alguna venganza.

2 comentarios:

Lucía dijo...

JAJAJ... No vaya a ser...
Ami los libros usados nunca me tocaron limpios, ni enteros.

Lindo tu blog che.
Besitos

Daniela Lopez Testa dijo...

muchas gracias. Y lo de encontrar libros no limpios ni enteros es un vicio. Cuanto más usados, más testimoniales.