miércoles, 3 de febrero de 2010

Tomás Eloy Martinez



No se porqué me dejé convencer, ni siquiera había logrado como dicen los americanos que la historia pasase la prueba del tiempo, pero lo cierto es que el día que terminé de escribir la última palabra de una novela macabra en la que me había empecinado por un año y medio, me dirigí directo al Virla, allí donde estaba él, con mi copia en la mano.
Era la primera vez que estaba tan nerviosa en una conferencia ajena. Lo escuchaba sin prestarle la más mínima atención, tratando de imaginar cómo serìa el encuentro.
La gente renvalsaba por todos lados, sobraban jóvenes, gente grande, parientes. Había mucho de todo. Como el anfiteatro estaba colmado,colgaban pantallas gigantes afuera, donde se reproducía su imagen y su voz, mucho más anciana de lo que aparecía en las fotos de la prensa que circulaban.
Por momento yo no podía respirar.
Me ubiqué al costado de la puerta del salón a esperar la despedida. Cuando la gente comenzó a salir, me deslicé junto a algunos fotógrafos, y me fui a encararlo. Con mi tapado azul tan de niña y seguramente un prendedor retro, con mi novela en mano, impresa en simple faz, que se había convertido en un monstruo de trescientas hojas obeso.
Cuando me tocó el turno en la fila de los que lo esperaban y llevaban regalos, me emocioné, le di un beso, y la voz me salió en una hilacha, cuando ya él se impacientaba por mi silencio.
Le dije era mi opera prima,y que me gustaría una opinión. `El la tomó con amor, y me plantó un beso.
Viví 7 minutos de gloria, hasta escuché un aleluya cantado por querubies azules. Si existe la introyecciòn,en ese instante había absorbido parte de su espíritu en el intercambio.
Esperé por meses un email que después fueron años.
No se si la novela era un total desastre o iba encaminada, probablemente sea lo primero, pero siempre me quedará esa duda.
Años más tarde me enteré, cuando trabajaba en el diario, que el cáncer lo estaba matando. Aùn así esperé, es que uno siempre guarda una ilusión de principiante.
Quizás pudo incluir en su libro póstumo la historia de una chica que lleva un escrito grosero y grande hasta sus manos, o quizás pudo usarla como papel secante para hacer germinar porotos.
Lo cierto es que ayer la noticia de su muerte me llenó de nostalgia por la pérdida de ese escritor tan grande, pero también le puso fin a mi incertidumbre. Por lo menos se que ya nunca va a contestar.

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