jueves, 21 de febrero de 2008

Un juego siniestro


El Proceso de Franz Kafka.

¿Qué sentirías si un día al despertar te encuentras envuelto en un proceso?
No sabes por qué te condenan, no sábes cuando sucedió lo que dicen que sucedió, ni cómo, ni ante qué juez debes defenderte. Sólo tienes frente a tus ojos dos compañeros de trabajo de estamentos inferiores, que siempre te miraron con respeto y ahora son los guardianes del acusado en el que te has convertido. No hay cartas documentos ni notificaciones personales, sólo están ellos comiéndose tu desayuno.
Creerás que es una broma, y confiarás en que un unos horas se aclarará todo y podrás reír tranquilo.
Kaffka en su libro el proceso, juega con lo absurdo y nada tiene tono de broma.
K, el personaje se ve envuelto, no sin antes resistirse, en un juicio sin lógica, sin ley , sin inteligencia. No sabe cómo luchar contra ese enemigo invisible, porque no lo entiende, y esa es la clave, porque no puede ser entendido.
K es despojado de toda palabra, desahuciado de defensas, y se entrega a racionalizar lo irracional cayendo en el juego siniestro.
La ley expresa no existe, y por lo tanto no se puede conocer el límite entre lo lícito y lo ilícito. Por ende no pueden acusarlo, menos aún ejecutar la condena.
K desesperado quiere entrar primero por el camino correcto y comparece ante el juzgado, pero luego se da cuenta de la anarquía de los tribunales y desde ahí cree que por su superioridad moral puede ganar el juicio; pero se equivoca porque en río revuelto, sólo ganan los que entienden el revuelo, los que conocen los chanchullos eficaces, los dispuestos a todo.
Desde allí comienza una cadena de errores que lo llevan a movimientos oscilantes.
Intenta con las mujeres que rodean a los funcionarios, un abogado, un condenado, pero es demasiado tarde, se ha sometido al proceso, se entregó a él, y en ese momento perdió su última esperanza.
Es genial esa manera kafkiana de desesperar al lector con la injusta marcha de los acontecimientos, de inducir malestar, desesperanza, oscuridad.
Y el final llega en el mismo momento que estamos agradeciendo el invento del Estado de Derecho, el nullum paena sine lege, y quién sabe cuántas cosas más que le debemos a la historia.

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