jueves, 11 de marzo de 2010

De cómo terminan los filántropos


Estabamos todos sentados, era una mesa de 12 o 13 personas, en tafí, bajo el sol. El bar sólo tenía unas cuantas mesas ocupadas. Es que Tafí del Valle no estaba en temporada. La villa se veía hermosa y tranquila.
Habíamos terminado la narrativa en la comunidad indigena de la zona, y tomabamos un café antes de volver a casa.
Hablabamos de películas. y Patricia trataba de defender su adhesión a una telenovela española de las dos de la tarde, desde el análisis de las texturas y la polifonía. Carlos se reía, diciendo que nunca había escuchado una justificación tan sofisticada para algo tan banal como un culebrón de la siesta.Federico explicaba pormenores de sus colchones y de cómo fue a parar a un sommier.
Pancho hacía chistes en el medio, como siempre, cada tres palabras que escuchaba, y mostraba una sonrisa de abanico no muy amplio pero de cubartura impecable y blanca.
Era de esos momentos en los que uno se desdobla y mientras lo vive piensa que es perfecto, y que durará eternamente, o por lo menos quedará en sí mismo.
Nadie tenía ganas de volverse.
Hacía 7 meses que trabajabamos en el relevamiento y habíamos recibido un reconocimiento de una entidad que nos debía evaluar. Pero por sobre todo, nos habíamos hecho amigos.
Bajamos el camino, escuchando una cumbia triste y desabrida que el chofer nos ofrecía, y durmiendo mientras se podía.
Pero había algo que impacientaba el handy de la coordinadora y su celular no paraban de sonar. Se la veía preocupada.
Llegamos a la estacíon gemela de donde habíamos partido. La coordinadora nos contó que trataba de conseguir una camioneta para que Roselino, un territorial de la comunidad de chasquivil, pudiera volver a su ciudad. EStaba apunado y su estado empeoraba.
Yo voy a buscarlo en mi camioneta, dijo Carlos. Tratamos de disuadirlo.
Es que a los apunados hay que bajarlos, es la única manera de que se curen. Si esperamos hasta mañana quizás Roselino baje muerto.
Voy con vos, dijo Pancho con una firmeza de héroe.
NO había forma de que cambiasen de idea, estaban poseídos por la filantropía.
A la mañana siguente recibí un llamado, triste, desgarrador. Un accidente, desbarrancados a las 7 de la mañana, muertes, confusión. Había alzado a gente que hacía dedo, que llevaba horas en el camino, que tenía criaturas, a las que por milagro no les había sucedido nada.
Quería que fuese mentira. Es como si la noticia de muerte en ese momento compitiera con el recuerdo vívido de los amigos. Pensaba en Pancho en su sonrisa, en Roselino a quien había visto hace poco. Era más fuerte sus presencias, que el anuncio de sus partidas.No podía un acto heroico terminar así, o quizás si, así se convertiría en una leyenda.
Después vino lo miserable del mundo frente a los actos humanitarios. Las amenazas de juicio para el conductor sobreviviente, los reproches, las mezquindades, los cuervos rodeando a las víctimas, las polizas, las aseguradoras,la búsqueda de culpabilidad allí donde no la había y toda la porquería que estropea a los filantropos, que los hacen arrepentirse de no imaginarse que el hombre es lobo del hombre cuando le conviene.
Pintura James Ensor

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