lunes, 22 de marzo de 2010

La vuelta al punto de partida


Doña Claruza, es una mujer hermosa, la piel pintada de marrones por el sol del valle y el trabajo al aire libre, los dientes blancos, la pollera larga hasta el piso. Es una pastora, pero no de los cuentos alpinos, con cencerros y zuecos, es de una comunidad indígena. Es de Tafì del Valle, y tiene cerca de 80 años. Estamos en la galería de una casa que no es la suya, por lo que está de visitas, y no tiene que ocuparse de tareas.
El cerro color verde intenso y peludo nos rodea, y es inevitable no volver la vista, a esa esmeralda encendida. El cielo es muy puro.
Me acerco a charlar con ella a la hora del almuerzo , y con otra señora que está con su nieta, y mientras hablamos de sus hijos, me dice que tiene varios.
La otra mujer le pregunta si no le dieron alguno para criar.
-Ninguno me han dao, ni uno.Yo le he rogado a mi hija, que me deje uno suyo y no me ha querido dar- pronuncia las y griegas como i latinas, lo que le da a su forma de hablar un tono de hamaca que se balancea. Todo su habla es una nana de cuna.
- Y el único que se quedó conmigo porque un hijo mio no lo podía tener, cuando cumplió los 18 me dijo: "abuela yo me voy con mi mama" -y yo que le podía decir, si ya estaba mozo- vaya mijo, busquelá.
De ahí he aprendido que a los hijos criados siempre son de sus madres.

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