jueves, 10 de junio de 2010

Dosis


Me pongo a cocinar. De todas las tareas cortar la cebolla es la que más me gusta, y no porque broten un mar de lágrimas (tengo el secreto para evitarlo) sino por el ritmo del cuchillo que levita sobre el cuerpo transparente que corta. La humedad de sus jugos es perfecta para que resbale.
Escucho Ella Fitzgerald (constantinopla me susurra), y mis caderas marcan el ritmo lento, de un barco en las olas.
Después de que la trompeta anuncia la entrada y del firulete , ella canta tranquila con gesto de madre. Él en cambio entra con autoridad y jerarquiza con esa voz de violenchelo toda la melodía.
Después no puedo dormir pensando que no tomé de ellos lo suficiente como para enfrentarme a otro día de invierno.

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