jueves, 10 de junio de 2010

Melodía recurrente


Mientras duró mi vida en Sudàfrica no pude despegarme de una canción que había escuchado en dos ocasiones diferentes pero igual de placenteras. La primera en un barcito de villa gessel, de luces escasas y pinta bohemia. Carolina Hunt cantaba desde su cuerpo miniatura con una voz obesa.
La otra vez fue mi teacher de inglès en ciudad del cabo quien la interpreó. Era una mujer joven, quizás lesbiana, con mucha sensibilidad. Usaba el pelo cortísimo, y pantalones de todos los colores. Olvidaba todo y no preparaba las clases, pero tenía mucho encanto y le perdonábamos lo que fuera. Una vez buscando motivarnos, llevó su vieja guitarra a clases llena de stickers y animalitos y ahí fue cuando cantó:
Fly me to the moon.
Desde esas dos ocasiones no pude sacarme la melodía de mi mente. Y cada vez que entraba a bañarme en la casa de estudiantes donde vivía, la cantaba a los gritos. El baño estaba pegado a la cocina que siempre estaba llena de los chicos coreanos que preparaban su arroz y salsa marrón con mucho garlic.
Era mi manera de agradecer a Africa por recibirme, y por darme tan buenos amigos, por los elefantes, por la gente de chocolate tan hermosa.
El día que volvía a casa, mi compañera de cuarto, una coreanita amororosa, que no hablaba demasiado, se despidió con gran pena.
Nunca voy a poder escuchar fly me to the moon, sin acordarme de tu voz cantando desde la ducha. Sólo en ese continente se pueden escuchar declaraciones tan lindas.

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