domingo, 13 de junio de 2010

Por qué odio la discriminación II

La clasificación es algo natural en el hombre, desde que se inicia en la tarea de conocer el mundo, necesita simplificar ese aprendizaje yencasilla, para entenderlo, para simplificar su tarea. Así, su mente se maneja con esquemas, con grupos, con categorías.
Eso es totalmente normal, pero luego ese hombre va creciendo y descubre que dentro de las reglas hay excepciones, y que existe tal diversidad dentro de los grupos, que no se justifica clasificar igual a ciertas personas, por el sólo hecho de que tengan el mismo color de piel por ejemplo.
El hombre va creciendo y se da cuenta que las clasificaciones quitan la riqueza de la diversidad, y que crean prejucios.
El otro es siempre mirado, como enemigo, el otro es siempre amenazante, y quizás son esos temores que hacen que uno prefiera manejarse entre “iguales” para mantener una cierta seguridad.
Ahora bien, podemos enender esto en el hombre de las cavernas, que quizás haya estado viviendo en medio de un estado de naturaleza hobbesiano, y haya temido realmente no contar con las armas adecuadas para defenderse del extraño. Pero esto no se hace comprensible en el hommo sapiens que además del progreso genético en su propio cuerpo, ha experimentado otros progresos en la historia de su civilización y se ha dado cuenta de errores del pasado como las ideas de superioridad de una raza.
Cuanto el hombre más se cultiva, más se acerca a su humanidad, se da cuenta de que la discriminación no es otra cosa que una falta de confianza en uno mismo. Y que la discriminación crea un grupo de marginado y otro de marginadores.

1 comentario:

Vinko Musick dijo...

Imagino que dentro de una concepción progresista del mundo, la discriminación es una aberración, o peor aún, un escándalo. ¿Pero es el progreso una idea sólida, una verdad?
Yo no defiendo la discriminación, pero tampoco comulgo con el progreso, ídolo terreno de los materialismos más hipócritas.